SECURITY
Gabriela Kobus
2025
Diego Gónzalez Gómez & Marco Valtierra
Gabriela KobusGabriela Kobus explora el hogar como una estructura ambivalente, donde la seguridad es una promesa frágil y la estabilidad nunca es absoluta. En su instalación, el suelo, que debería sostenernos, cruje bajo los pies. Es vidrio laminado, un material industrial que conocemos por su capacidad de resistencia, pero aquí aparece resquebrajado, impotente, despojado de su propósito. ¿Qué ocurre cuando lo que nos sostiene se vuelve inestable? ¿Qué pasa cuando lo familiar se torna incierto? A lo largo de la sala, los objetos sugieren comodidad, pero la niegan al tacto. Varillas de metal curvadas parecen diseñadas para abrazar el cuerpo, pero su rigidez las vuelve inhóspitas. Cojines mullidos evocan descanso, pero su disposición impide cualquier gesto de apoyo. De estos objetos pulidos y fríos emana una advertencia sutil pero latente: no te relajes, no te acomodes, aquí no hay refugio. Nos refugiamos en hogares diseñados para nuestro confort, donde cada objeto, cada textura, cada detalle parece confirmar una ilusión de control. La suavidad de una manta, la curvatura exacta de un sofá, la pulcritud del vidrio que separa el adentro del afuera. Tengo buen gusto. Embellezco mi vida. Mi hogar es mi castillo. Pero, cuando el espacio doméstico se desmorona y la ciudad se cierra sobre sí misma, ¿a dónde vamos? ¿Qué sucede cuando la protección se convierte en exclusión? El automóvil surge como una extensión del hogar, un caparazón en movimiento, una cápsula de control que avanza a través del caos urbano. El coche no es solo un medio de transporte; es un territorio privado dentro de lo público, un refugio portátil contra la intemperie de la ciudad. Pero, ¿qué tan segura es esta burbuja? Fragmentos de ventanas rotas de automóviles se acumulan, como si fueran restos de una arquitectura en colapso. Como ocurre con los objetos domésticos de vidrio, estas superficies exponen la paradoja entre protección y fragilidad. Un parabrisas promete seguridad, pero es lo primero en estallar ante un impacto. Un ventanal nos separa del exterior, pero en su transparencia se oculta la posibilidad de la ruptura. La instalación establece un diálogo con la arquitectura defensiva, un diseño urbano que, bajo la apariencia de funcionalidad, impone límites invisibles. Bancas incómodas, superficies inclinadas, estructuras que parecen ofrecer descanso, pero que en realidad disuaden la permanencia. Estas estrategias no están pensadas para el confort, sino para la exclusión. ¿Quién tiene derecho a habitar el espacio público? ¿Quién es empujado fuera de él? Entre autos y arquitecturas, Kobus indaga en la tensión entre movilidad y arraigo, entre tránsito y permanencia. Si la casa ya no es un lugar estable y la ciudad se vuelve inhóspita, el automóvil se convierte en un hogar intermitente, un refugio precario. Pero, al igual que el vidrio que lo compone, su promesa de protección es tan sólida como quebradiza. Si el último refugio se rompe, ¿qué queda?promesa frágil y la estabilidad nunca es absoluta. En su instalación, el suelo, que debería sostenernos, cruje bajo los pies. Es vidrio laminado, un material industrial que conocemos por su capacidad de resistencia, pero aquí aparece resquebrajado, impotente, despojado de su propósito. ¿Qué ocurre cuando lo que nos sostiene se vuelve inestable? ¿Qué pasa cuando lo familiar se torna incierto? A lo largo de la sala, los objetos sugieren comodidad, pero la niegan al tacto. Varillas de metal curvadas parecen diseñadas para abrazar el cuerpo, pero su rigidez las vuelve inhóspitas. Cojines mullidos evocan descanso, pero su disposición impide cualquier gesto de apoyo. De estos objetos pulidos y fríos emana una advertencia sutil pero latente: no te relajes, no te acomodes, aquí no hay refugio. Nos refugiamos en hogares diseñados para nuestro confort, donde cada objeto, cada textura, cada detalle parece confirmar una ilusión de control. La suavidad de una manta, la curvatura exacta de un sofá, la pulcritud del vidrio que separa el adentro del afuera. Tengo buen gusto. Embellezco mi vida. Mi hogar es mi castillo. Pero, cuando el espacio doméstico se desmorona y la ciudad se cierra sobre sí misma, ¿a dónde vamos? ¿Qué sucede cuando la protección se convierte en exclusión? El automóvil surge como una extensión del hogar, un caparazón en movimiento, una cápsula de control que avanza a través del caos urbano. El coche no es solo un medio de transporte; es un territorio privado dentro de lo público, un refugio portátil contra la intemperie de la ciudad. Pero, ¿qué tan segura es esta burbuja? Fragmentos de ventanas rotas de automóviles se acumulan, como si fueran restos de una arquitectura en colapso. Como ocurre con los objetos domésticos de vidrio, estas superficies exponen la paradoja entre protección y fragilidad. Un parabrisas promete seguridad, pero es lo primero en estallar ante un impacto. Un ventanal nos separa del exterior, pero en su transparencia se oculta la posibilidad de la ruptura. La instalación establece un diálogo con la arquitectura defensiva, un diseño urbano que, bajo la apariencia de funcionalidad, impone límites invisibles. Bancas incómodas, superficies inclinadas, estructuras que parecen ofrecer descanso, pero que en realidad disuaden la permanencia. Estas estrategias no están pensadas para el confort, sino para la exclusión. ¿Quién tiene derecho a habitar el espacio público? ¿Quién es empujado fuera de él? Entre autos y arquitecturas, Kobus indaga en la tensión entre movilidad y arraigo, entre tránsito y permanencia. Si la casa ya no es un lugar estable y la ciudad se vuelve inhóspita, el automóvil se convierte en un hogar intermitente, un refugio precario. Pero, al igual que el vidrio que lo compone, su promesa de protección es tan sólida como quebradiza. Si el último refugio se rompe, ¿qué queda?